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El Don del Amor

Juan 13:4-11

4 Se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó.
5 Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido.
6 Entonces vino a Simón Pedro; y Pedro le dijo: Señor, ¿tú me lavas los pies?
7 Respondió Jesús y le dijo: Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después.
8 Pedro le dijo: No me lavarás los pies jamás. Jesús le respondió: Si no te lavare, no tendrás parte conmigo.
9 Le dijo Simón Pedro: Señor, no sólo mis pies, sino también las manos y la cabeza.
10 Jesús le dijo: El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio; y vosotros limpios estáis, aunque no todos.
11 Porque sabía quién le iba a entregar; por eso dijo: No estáis limpios todos.

Jesús se levantó de la cena, y se quitó su manto, y lavó los pies sucios de sus discípulos uno a uno. Hay pocos incidentes en la historia del evangelio que revelen el carácter de Jesús tan perfectamente y muestren así su amor.

Juan registra que Jesús sabía que el Padre había puesto todas las cosas en las manos, en su poder (Juan 13:3). Lo que el Padre había puesto en sus manos era un don de amor. Es su reconocimiento del éste hecho, que lo libera para amar a los suyos “hasta el fin” (13:1), y lo demuestra lavándoles los pies.

Sin embargo, cuando Jesús se inclinó y le ofreció lavar los pies, Pedro rechazó el ofrecimiento porque él no conocía el significado. Entonces Jesús le dijo: “Si no te lavare, no tendrás parte conmigo.” Sólo el Señor puede lavar nuestros pecados y sólo después de ser limpios podemos ser discípulos de Cristo.

El evento del lavado de los pies de Jesús, anuncia, la propia cruz. “… y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7). La muerte de Jesús en la cruz es igual que el lavado: nos limpiará por completo.

Por otra parte, el ofrecimiento de Jesús de lavar los pies es un ofrecimiento de amor. Sin embargo Jesús, que “había amado a los suyos” (13:1), sólo puede ‘ofrecer’ este amor a ellos, pero no puede obligarlos a que lo acepten. Sólo los que están dispuestos a aceptarlo, pueden recibir el don de amor de Jesucristo.

Para aceptar el don de amor yo primero debería ser humilde, confesando que necesito su amor.

El don de amor que el Señor nos quiere ofrecer es el don de la vida que generosamente da todas las cosas, que no escatimará ni incluso su propia vida. Es el corazón tembloroso amor rojo-sangre. Cuando rechazamos este amor, no tenemos ninguna parte con él o con ser sus discípulos.

Ser amado es una condición previa indispensable para amar (“Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero.” 1 Juan 4:19). Cuando no somos amados, no podemos seguir el mandamiento de amarnos unos a otros.

El aceptar este amor del Señor es “vida eterna”, el rechazarlo es el “juicio”. Debemos, voluntariamente aceptar el amor del Señor, y ser purificados por el amor.