Hay dos clases de celos entre los hombres, y sólo uno de ellos constituye un defecto. El celo vicioso (la envidia) es una expresión de la actitud que dice: “Yo quiero lo que tienes tú, y te odio porque no lo tengo.” Se trata de un resentimiento infantil que brota como consecuencia de la codicia no reprimida, que se expresa en envidia, malicia, y mezquindad de proceder. Es terriblemente potente, porque se nutre y a la vez es alimentado por el orgullo, la raíz principal de nuestra naturaleza caída. El celo puede volverse obsesivo y, si se le da rienda suelta, puede llegar a destrozar totalmente una personalidad que antes era firme. “Cruel es la ira, e impetuoso el furor; mas ¿quién podrá sostenerse delante de la envidia?”, pregunta el sabio (Pro. 27:4). Lo que con frecuencia se denomina el celo sexual, la loca furia de un pretendiente rechazado o suplantado, es de este tipo.
Pero hay otra clase de celo: el celo por proteger una I relación amorosa, o por vengarla cuando ha sido rota. Este celo opera igualmente en la esfera del sexo; allí, sin embargo, aparece, no como la reacción ciega del orgullo herido sino como fruto del afecto conyugal. Como lo ha expresado el profesor Tasker, las personas casadas “que no sintieran celo ante la irrupción de un amante o un adúltero en el hogar carecerían por cierto de percepción moral; porque la exclusividad en el matrimonio es la esencia del mismo” (The Epistle 0f James/La Epístola de Santiago, p. 106). Este tipo de celo es una virtud positiva, por cuanto denota una real comprensión del verdadero significado de la relación entre marido y mujer, juntamente con el celo necesario para mantenerla intacta. El Antiguo Testamento reconocía la justicia de dicho celo, y especificaba una “ofrenda de celos”, y una prueba con una maldición aparejada a ella, por la que el esposo que sospechaba que su mujer le había sido infiel y que en consecuencia estaba poseído de un “espíritu de celos”, pudiera salir de la duda, en un sentido u otro (Num. 5: 11-32). Ni aquí ni en la otra referencia al esposo ofendido, en Proverbios 6: 34, sugiere la Escritura que el “celo” sea cuestionable en este caso; más bien, trata su decisión de cuidar su matrimonio contra la invasión, y de tornar medidas contra cualquiera que ose violarlo, corno algo natural, normal y justo, y como prueba de que valora el matrimonio corno corresponde.
Ahora bien, para la Escritura, invariablemente, el celo de Dios es de este último tipo: vale decir, corno un aspecto de su amor hacia su pueblo del pacto. El Antiguo Testamento considera el pacto de Dios corno su casamiento con Israel, que lleva en sí la demanda de un amor y una lealtad incondicionales. La adoración de ídolos, y toda relación comprometedora con idólatras no israelitas, constituía desobediencia e infidelidad, lo cual Dios veía corno adulterio espiritual que lo provocaba al celo y la venganza. Todas las referencias. mosaicas al celo de Dios tienen que ver con la adoración de ídolos de un modo o de otro, todas tienen su origen en la sanción del segundo mandamiento, que citamos anteriormente. Lo mismo se puede decir de Josué 24: 19; 1 Reyes 14:22; Salmo 78:58, y en el Nuevo Testamento 1 Corintios 10:22. En Ezequiel 8:3, a un ídolo que se adoraba en Jerusalén se le llama, “imagen de celos, la que provoca a celos”, En Ezequiel 16 Dios caracteriza a Israel como su esposa adúltera, embrollada en impías alianzas con ídolos e idólatras de Canaán, Egipto, y Asiría, y pronuncia sentencia corno sigue: “Yate juzgaré por las leyes de las adúlteras, y de las que derraman sangre; y traeré sobre ti sangre de ira y de celos” (v. 38; cf. v. 42; 23:25).
Por estos pasajes podemos ver claramente lo que quería decir Dios cuando le dijo a Moisés que su nombre era “Celoso”. Quiso significar que exige de aquellos a quienes ha amado y redimido total y absoluta lealtad, y que vindicará .su exigencia mediante acción rigurosa contra ellos si traicionan su amor con infidelidad. Calvino dio en el clavo cuando explicó la sanción del segundo mandamiento corno sigue:
El Señor con frecuencia se dirige a nosotros en el carácter de esposo… Así corno él cumple todas las funciones de un esposo fiel y verdadero, requiere de nosotros amor y castidad; es decir, que no prostituyamos nuestra alma con Satanás… Así como cuanto más puro y casto sea un marido, tanto más gravemente se siente ofendido cuando ve que su mujer se vuelve hacia un rival; así también el Señor, que en verdad nos ha desposado consigo, declara que arde con el celo más ardiente cada vez que, ignorando la pureza de su santo matrimonio, nos contaminamos con concupiscencias abominables, y especialmente cuando la adoración de su Deidad, que tendría que haber sido mantenida incólume con el mayor cuidado, se transfiere a otro, o se adultera con alguna superstición; por cuanto de este modo no sólo violamos nuestro desposorio sino que contaminamos el lecho nupcial, permitiendo en él a los adúltero s (Institutes, II, viii, 18; Institución de la Religión Cristiana, Países Bajos: Fundación Editora de literatura Reformada, 1968, en dos volúmenes).
Parker: Hacia el conocimiento de Dios.